Con mucha alegría y Esperanza les presento este aporte Guadalupano que quiere ayudar a destacar como María nuestra madre y reina del Tepeyac, sigue presente en la vida de todos nosotros por disposición de Dios, como verdadera madre. Ella es la evangelizadora de este inmenso continente desde que Dios quiso que viniera a estas tierras como mensajera principal para que el señor Jesús fuera conocido, amado, seguido y servido.

El acontecimiento original que Dios inició y sigue realizando a través de ella en este continente americano desde hace más de cuatrocientos setenta años tiene y tendrá la capacidad de conversión y convocación que Dios le dio desde el inicio de esta epopeya de su amor. Dios, en su Providencia infinita, nos la mandó para ponerle aquí una casa permanente dónde nos acogiera con todo su amor materno. El testimonio de este hecho lo da ella misma

La Santísima Virgen atestigua y manifiesta –según el relato original indígena: Nican Mopohua, de Antonio Valeriano – que estará presente en el Tepeyac para escucharnos, consolarnos y atendernos como se lo dijo a Juan Diego. Volveré a este relato – el Evangelio del Tepeyac, Evangelio de México para el mundo. Evangelio de la maternidad universal de María para todos nos ayudara a tomar conciencia, a cada uno de nuestra misión, pero también a todos como colectividad, como pueblo profeta elegido por Dios para posibilitarle su plan de salvación; éste incluye que María nos dé toda la atención de Madre cariñosa a cuantos recurramos a Ella de cualquier parte del mundo que seamos. He titulado al libro Pascua Guadalupana porque ayudará a conocer, paso a paso, cómo Santa María de Guadalupe ha estado presente, ha pasado y sigue pasando entre nosotros como en una Pascua continua, por toda nuestra historia, desde que se presentó en el Tepeyac. Esta experiencia recordada y vivida en comunidad permitirá a María, Nuestra Madre, hacernos sentir que sigue presente entre nosotros. Ella pasará entre nosotros para evangelizarnos y nos ofrecerá en especial, durante los 50 días o sesiones que vamos a dedicarle, todo su “amor, protección, auxilio, y defensa” como se lo prometió a Juan Diego en el Tepeyac. Precisamente porque Dios inició y sigue realizando este paso –Pascua- de María entre nosotros.

En la historia de la Iglesia. María ha estado presente en el Plan de Dios para que Dios mismo se pudiera manifestar. Así, desde el antiguo testamento, Dios anuncia que el Mesías-Dios nacerá de una madre Virgen. Al nacer, Ella lo presentó y ofreció a los pastores, a los magos, a los ancianos del templo de Jerusalén. Ella aparece como condición para que Isabel y Juan Bautista recibieran al Espíritu Santo, lo mismo que los Apóstoles en el cenáculo de Jerusalén el día de pentecostés. Ella, por voluntad de Dios, acompaña a la Iglesia peregrina para que ésta pueda vivir su misión. Esto se realiza de manera especialísima en México a partir del Acontecimiento Guadalupano realizado globalmente en Diciembre de 1531 en el Tepeyac; iniciando el día 9, completado de manera esencial y definitiva el 12 con la entrega de las Rosas y la impresión de la imagen en el ayate, y proclamado y festejado, el 26 del mismo glorioso mes y año en la traslación magnifica, devota y única en la historia que hacen el Obispo Fray Juan de Zumárraga, Juan Diego, Juan Bernardino y todo el pueblo indígena y español desde la iglesia mayor –por donde estaba antes el templo mayor- hasta el tepeyac. 

Los días de oración, reflexión convivencia y compromiso que le vamos a dedicar a nuestra Madre hará que realmente vivamos con ella una Pascua de su presencia amorosa; nosotros mismos daremos pasos –Pascua con otros para vivir la liberación que Dios quiere ahora para nosotros, para capacitarnos y llegar a ser un pueblo de comunión y en participación de vida nueva de unos a otros en estas horas tortuosas difíciles y violentas que estamos viviendo.

La pascua significa, en el contexto cristiano, el pasar liberador de Dios entre nosotros; el pasar entre nosotros para seguir ratificando su Alianza, el sacarnos de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida.

La pascua de Israel, como después la Pascua de Jesús, se va realizando en cada uno de nosotros. Dios actualiza ese pasar suyo en nosotros, en cada familia, en cada comunidad, para que liberados de nuestras opresiones y miserias, pasamos a una vida de libertad en el amor y su gracia. María misma vivió diversos tipos de pasos de Dios en su vida. La anunciación del ángel Gabriel, el encuentro con Isabel, los pasos y Pascuas continúas de Jesús con Ella hasta su muerte y resurrección, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés y tantas más. 

 La Pascua Guadalupana que vamos a vivir nos puede transformar, nos ayudará a salir de nuestros miedos y temores y nos podrá conducir para disponernos a preparar la tierra prometida que Dios nos quiere ofrecer. Caminar con María tantos días nos ayudará a irnos configurando como comunidad testigo, comunidad de fe y vida que transforme este mundo al estilo de María y de Jesús como aprendemos de ellos en el Evangelio y en el hermosísimo y transformador Acontecimiento Guadalupano.

Esta pascua es una búsqueda de la Estrella de Jesús: María, una búsqueda al estilo del relato que aparece en el Evangelio y que nos presenta a aquellos hombres misteriosos que van de distintos lugares a buscar al señor y que se pusieron en camino. Estos días vamos hacer lo mismo; iremos con la estrella mayor de la constelación de Dios para aprender de ella; nos enseñará a amar a su hijo y al padre en el Espíritu Santo. Como los magos, con esta estrella, nos alegraremos mucho (mt.210); y por su influjo maternal, por sus amores y cuidados, nos irá haciendo comunidad de vida y amor a los que participemos en esta Pascua Guadalupana; ella nos ayudará como a ellos, a volver a nuestra vida ordinaria por otro camino (mt.2,12). Ese camino que es Jesús; esa vida nueva renovada por el Espíritu Santo que nos enseñará a amar y a cambiar nuestra realidad ambiental. Si estos días de pascua Guadalupana no cambiaran nada a quienes tomen parte en ella en el sentido de este libro y de esta experiencia quedarían frustrados.

Dice uno de los salmos que Dios “cuenta las estrellas y llama a cada una por su nombre” (sal 147 (146)4). Pensemos y sintamos que Dios Padre nos ha llamado a cada uno como a las estrellas y por nuestro propio nombre para que vivamos según el modelo de su hijo. El quiere que seamos pequeñas estrellas, luceros, para los demás. Ojalá la experiencia que vamos a vivir nos permita ir llenando de sentido nuestra vida, de luz nueva, para que podamos ser testimonio vivo para los demás.